Un texto original sobre el Torgal

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Estes días estiven lendo e escoitando o libro-disco do Torgal, que recopila textos e cancións para celebrar o seu 15 aniversario. Fixéronme moi feliz pedíndome un texto para o proxecto, no que tamén colaboramos Esposa cunha canción inédita, “Nube branca“, e fun moi feliz tamén ao telo nas mans, especialmente lendo o texto de Fran Gayo e descubrindo cancións fantásticas de grupos e artistas que xa sabía que me encantaban (como Malandrómeda ou Juan Wauters) e outros que tiña moito menos controlados (como Los Hermanos Cubero ou Pescando en Copacabana). O texto penso que se explica só. O trebello pódese mercar aquí, na web de Mont Ventoux. As fotos de cando tocamos Esposa con Peña no Torgal son de Cenizas en el aire. O resto de imaxes de momentos ourensanos atopeinas no móbil, e a das galerías é de La Región.

Le he preguntado a Isaac Torgal si mi texto para este libro tenía que ser en castellano, porque siempre que puedo escribo en gallego. “Sí, será más fácil que alguien lo compre en Murcia si es en castellano”, me ha dicho, y aunque le he contestado “jajaja vale” para no preocuparme me he sentido un poco mal. Me he agobiado un poco, porque no sabía qué escribir sobre el Torgal y su respuesta me añade más presión. En concreto, por dos cuestiones.

La primera cuestión es la originalidad. Me imaginaba siendo el único escribiendo en gallego. Sería fácilmente distinguible del resto de textos. Es cierto que es de vagos basar tu identidad y tu supuesta originalidad en eso, pero también lo es que utilizar un idioma diferente te hace expresarte de otra manera. En castellano, por ejemplo, me caigo peor. Otro ejemplo: hoy por la mañana escuché un disco en galés de Gruff Rhys y no entendía nada pero sonaba muy bonito, y distinto a sus discos en inglés. Una vez conversé con Gruff Rhys en un festival de cultura en lenguas minoritarias en Italia y me habló del Torgal. También de unos compatriotas suyos que le cortaron la pierna al cadáver de un condenado a muerte y fueron a enterrarla junto a la catedral de Santiago. Quizás la idea de Galicia para los músicos y músicas pop internacionales es un poco esa, un bar de Ourense y un monumento milenario. Fue una conversación original. Pero eso no es a lo que iba.

La segunda cosa que me añade presión es esa persona de Murcia. ¿Quién es y cómo puedo interesarle? Primero me imaginé un señor, quizás porque me sonaba el título de esa peli de Fernando Fernán Gómez que no he visto, Ninette y un señor de Murcia. Después pensé en qué sé de Murcia y sé que de allí (bueno, de la Manga) es Lidia Damunt, una de mis cantantes favoritas y que es original y, por lo que he visto en Google, no ha pasado por el Torgal (se lo recomiendo). Y… En realidad no me preocupa mucho lo de Murcia, pero me he decidido por empezar el texto así porque me parecía original, y luego he puesto algo sobre Murcia esperando que su gente valore esta referencia a su realidad en este libro. Quizás allí se pueda comercializar con una pegatina que ponga “CONTIENE REFERENCIAS A MURCIA”. (Decía que en castellano me caigo peor: es porque me sale este tono un poco capullo, como de estar haciéndome el gracioso. En gallego creo que soy más sentido, más emotivo).

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En todo caso, vuelvo al tema de la originalidad, que me preocupa más. Mi primera intuición fue pensar en cosas buenas que decir sobre el Torgal. Luego pensé que este libro estará lleno de esos merecidos elogios y quizás podría hacer lo contrario. Nadie más dirá nada negativo sobre el Torgal en el libro del Torgal, ¿no? Yo tampoco, sería de mal gusto. He intentado introducir aquí una cita de alguien hablando mal del Torgal, así que he buscado “Café Pop Torgal mierda” y “Café Pop Torgal basura” en Google, pero nada. Esto nos indica que se trata de un lugar magnífico, y nos mete en el problema típico de las cosas que ponen de acuerdo a todo el mundo: la falta de conflicto y el consiguiente aburrimiento. Es como lo que decía Orson Welles en El tercer hombre comparando Italia y Suiza: “en Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras matanzas, asesinatos… Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!”.

¿Es el Torgal la Suiza de los cafés pop? En realidad no. He buscado el conflicto y lo he encontrado preguntando a una de mis amistades ourensanas, que no quiere dar su nombre: “El Torgal no querrá publicar nada diciendo que son unos snobs, o que por lo menos esa es la imagen que proyectan antes de conocerlos. Y una vez que los conocemos igual nosotros nos convertimos también en snobs y no lo detectamos”.

Por fin tenemos un poco de chicha. Una acusación de snobismo, de exclusividad, que no voy a desmentir directamente porque me da la excusa para hacer lo que realmente pretendía desde un principio, que es hablar del Torgal para hablar de otras cosas. En concreto, dos cosas verdaderamente conflictivas en las que pienso al pensar en el Torgal. La primera es hasta qué punto nos une nuestro gusto musical a alguna gente (y nos separa de otra). La segunda es Ourense y qué hacer con ella.

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Xente facendo cousas en Ourense

 

Salto al pasado. La primera vez que fui al Torgal fue con mi amiga ourensana Paula, que ahora vive en Francia. Fuimos a ver a Julio de la Rosa mientras mis otros amigos ourensanos veían a Motörhead en Vigo. Recuerdo ver, bajo el cristal de la barra, un montón de fotos, listas de canciones y entradas, entre ellas una del concierto de Jonathan Richman y Tommy Larkins en Santiago. Guardo esa misma entrada desde que tenía 14 años porque Jonathan es mi artista favorito y seguramente mi persona favorita de entre las que no conozco. Cuando tenía 14 años mis amigos no conocían a Jonathan y conseguí que lo adorasen un poco insistiendo mucho. Con el tiempo me encontré cada vez un poco más a menudo con gente que adoraba a Jonathan sin ser por mi culpa, y mi reacción instintiva siempre es de excitación: ¿Habré encontrado un alma gemela?

En consecuencia, ¿son la gente del Torgal mis almas gemelas? Con el tiempo he descubierto que no, y además que no tienen por qué serlo. Normalmente, la gente NO es la música que escucha. Escoge tu ídolo o ídola y tendrá miles o millones de fans gilipollas que definen su identidad con las mismas canciones que tú: es pura estadística. Encontrar almas gemelas es un proceso más complejo que encontrar alguien con quien hablar de, no sé, Epic Soundtracks. Aunque eso también está bien, y seguro que en el Torgal hay alguien con quién hacerlo.

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Y sin embargo, mi problema es que mi idea de la música pop es puramente adolescente: escuchar canciones en tu habitación-refugio llena de pósters y desarrollar una intimidad con ellas que no tienes con otra gente. Esto funciona muy bien para Belle and Sebastian o los Smiths. Es casi un tópico pero no deja de ser bonito y medio cierto (como muchos tópicos). Luego encuentras a más fans y piensas que sufrieron la misma soledad e inadaptación que tú, y te sientes unido o unida al resto de habitaciones-refugio del mundo. No lo llamaría afinidad de gustos, sino más bien afinidad de pasiones. La búsqueda de gente que pueda sentir esas mismas pasiones que tú me parece natural y hermosa. Queremos sentirnos menos solos. En el Torgal, aún sin estar entre almas gemelas, me siento menos solo. Pero he encontrado personas que me han dicho algo parecido a lo contrario, y también es normal: esas comunidades afines excluyen al mismo tiempo que acogen. De ahí la acusación de snobismo al Torgal, supongo, por parte de alguien que querría (más o menos secretamente) formar parte de su comunidad. Tengo una explicación más detallada de otro amigo sobre el funcionamiento de ese “ecosistema”:

“Yo todavía no me considero un regular del Torgal pero voy camino de serlo, de formar parte de su “fauna”. Porque aquello se siente como un ecosistema, en equilibrio pero en constante cambio, y los turistas como yo no pueden siquiera entender la complejidad de las relaciones sociales y de poder que se producen en ese lugar. Ya estáis hartos de oírme, pero siempre me sentía allí como alguien que no está pillando la broma. Por debajo de esa superficie de apariencias y palabras amables hay como un magma subterráneo de significados y códigos ocultos que se mueve lentamente a su propio ritmo y que solo los iniciados pueden sentir. Yo me imagino como un secundario episódico del bar de Cheers en las últimas temporadas, que no se imagina lo que ya vivieron en ese bar y lo que significan los unos para los otros. Pero esa sensación (que sigue ahí) dejó de resultarme inquietante y ahora me pregunto la razón de que el Torgal no llegase a ser nunca mi bar. Si me remonto al instituto, no recuerdo las causas pero siempre consideré el Torgal como el sitio de los “guays”, y no tengo a nadie en la cabeza, eran los guays como ente inmaterial. Como yo me consideraba un pringado dentro de las castas sociales de la enseñanza secundaria pues ya no lo consideraba mi sitio.”

Como antiguo adolescente no popular, entiendo perfectamente la tendencia a odiar lo que es guay por ser ajeno a mí. Creo que en el Torgal deberían estar felices de ser “guays” y cumplir esa función social para alguien. Seguramente las acusaciones de snobismo vienen en parte de nuestro adolescente interior, buscando el lugar donde encajar y frustrado por no encontrarlo. El Torgal da la sensación de ser un club al que merece la pena pertenecer. Y merece la pena odiar a cualquier club al que merezca la pena pertenecer (mientras no formes parte de él). Pero aunque haya ese carácter de club que no es extensible a cualquiera persona que pase por allí, no creo que pretendan excluir a nadie, porque siguen siendo un bar y tratan muy bien a los clientes, te ponen caramelos con las infusiones, cocktail de frutos secos con las cervezas, etc. Una vez un amigo chocó, creemos que accidentalmente, con una foto de Christina Rosenvinge colgada en la pared y la rompió, pero ni David ni Isaac se enfadaron. Una vez otros amigos se bajaron los pantalones en señal de protesta por la selección musical de una pinchada allí y les invitaron a beber si hacían el favor de subírselos. Una solución bastante elegante. Eran buenas oportunidades para excluir a esta gente de ese ecosistema y no las aprovecharon. ¿Qué habrían hecho unos snobs?

Aquí un inciso: ya que estoy hablando de cómo el gusto musical nos une o nos separa de la gente, quería aprovechar esta palestra para rebatir un poco la corriente revisionista del indie (porque el Torgal es un sitio bastante indie) que lo acusa de ser un simple mecanismo de distinción cultural (es decir, lo acusa básicamente de snobismo). Me parece sano e incluso necesario políticamente poner sobre la mesa el absurdo de aquellos grupos “independientes” cantando en inglés y su falta de compromiso político o social, pero me parece un poco cínico acusar a la gente de escuchar grupos para distinguirse culturalmente de los demás, incluso aunque el efecto de distinción exista. Es dar por hecho que las emociones que pueden sentir no son sinceras. Y eso sí es snob, y sí que es irse de original. No quiero caer en un relativismo absoluto, pero creo que debemos asumir que los productos culturales más lamentables y reaccionarios pueden producir en su público las sensaciones más bellas. No sé si escuchar a Australian Blonde te podía o puede hacer más guay a ojos de alguien, pero aunque alguien (no sé quién) lo finja para “molar” (que ya sería retorcido) no significa que otra gente no pueda sentir algo intenso dentro de sí misma con sus canciones.

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Nas escaleiras do concello de Ourense

Me pongo con el tema de Ourense para ir acabando. Ourense es geográficamente un agujero: una ciudad metida en un valle con calor extremo en verano y frío bastante extremo en invierno. Está habitada en su mayor parte por funcionarios y funcionarias y jubilados y jubiladas. Es la capital de la provincia de su mismo nombre, gobernada desde tiempos inmemoriales por la saga política de los Baltar (en realidad desde 1990, pero nací ese año y más atrás no tengo memoria), conocida por cosas como la autodescripción de Baltar padre como “cacique bueno” o la denuncia por acoso sexual a Baltar hijo (archivada). La mayoría de mis amigos ourensanos describen intensamente Ourense como un agujero, también en su sentido figurado. Un lugar al que vuelven a caer cuando sus ambiciones fracasan y tienen que volver a casa de sus padres y madres. Uno de los lugares más envejecidos del mundo, una provincia en la que los principales empleadores son la propia Diputación, Coren (grupo de cooperativas agrícolas) y el Sergas (el servicio gallego de salud), según me dijo otro ourensano. Un lugar que se muere poco a poco y en el que te mueres poco a poco, en el que el alcohol es bueno, fuerte y barato y la comida también.

Una de esas amigas resume el problema así: “La gente que hace, lo hace todo, y el resto se marcha. Bueno, o roba o oposita”. Lo pintan como un sitio sin futuro, especialmente para trabajadoras y trabajadores culturales precarios (que es a lo que nos dedicamos casi todos), ya que la mayoría de iniciativas culturales pasan por las instituciones. En definitiva, a cualquiera le rompe un poco el corazón verse abocado a marcharse de su ciudad con la sensación de que esta no le ofrece nada. O querer marcharse y no ser capaz. Lo pintan como un lugar muy poco esperanzador, pero creo que, a pesar de todo lo malo, se recrean un poco en su sensación de que es una mierda. Mis amigos que no son de Ourense adoran Ourense en general, y está llena de cosas fascinantes, algunas comentadas habitualmente (las termas, las pulpeiras, el puente romano, la catedral, el casco viejo, el propio Torgal, el licor café) y otras no comentadas casi nunca, como sus sorprendentemente abundantes galerías comerciales. Casi 30, sumando cerca de 1.000 locales.

Ourense. 10-10-2015.Galerías comerciales. Paz

Voy a hablar de las galerías, que es lo más original para este caso. Estas galerías son una idea brillante para cualquier lugar en el que llueva a menudo o haga frío o calor extremo, porque puedes pasearte bajo techo, pero alguien inventó los centros comerciales y jodió su atractivo para los negocios. Ahora muchas están casi vacías pero es maravilloso encontrar recovecos dentro de los edificios que te llevan a otras calles, o a plazas interiores, o a locales que se mantienen igual que en 1980. Es una sensación extraña estar en un sitio en el que hay un equilibrio extraño entre belleza, decisiones erróneas, decadencia y posibilidades. Ourense es, en ese sentido, bastante parecido a sus galerías comerciales, y a mí me causa una sensación parecida a la que me causa Galicia en general. Mis amigos ourensanos no comparten esto porque dicen que los que somos de la costa vivimos en un dinamismo que nos impide comprender realmente cómo funciona Ourense (para saber más sobre la diferencia entre la Galicia costera y las provincias de Lugo y Ourense es mejor escuchar los discos de Emilio José). Pero hoy he leído en una entrevista esta reflexión de Rafa Anido, referida a Galicia pero que es más o menos igual de aplicable a Ourense: “En cien años o así desaparecerá después de ser de uno de los primeros países de Europa, así que hay que cantarle en su ocaso. Mantuvieron sus costumbres, su idioma durante 2000 años, pero ahora se amontonan en barrios de las ciudades, queman su bosque, se van al centro comercial y no tienen hijos.”

Hay motivos para la esperanza? Ahora es cuando debería decir que el Torgal es uno, y en cierta manera es cierto, por lo menos para quién trabaje en la cultura. ¿Pero a quién le importa esa gente? El motivo real para tener esperanza me parece más bien el rechazo absoluto que tengo por la desesperanza (aunque la gente no tenga bebés). Lo que más inspirador me parece de toda la trayectoria del Torgal es su desprecio por la desesperanza y su optimismo a la hora de hacer cosas en Ourense y transformar a su manera la ciudad. Mis amigos hicieron cosas en Ourense y acabaron dándola por perdida por la falta de reacción. Pero espero que vuelvan a hacerlas, porque cualquier acción creativa pone algo donde no lo había. La imaginación es el principio de las revoluciones, o si queremos ponerlo en términos más próximos a las Mareas, es el principio del cambio. Habría que hacer algo con esas galerías.